Don Juan…

Fue el primer día que apoyamos activamente a la Octava Gran Marcha por el TIPNIS. Se había logrado reunir en unas pocas horas suficientes alimentos, ropa y medicinas para llenar hasta el tope una camioneta, que entre saltos nos hizo llegar hasta el sitio donde los hermanos de los 34 pueblos iban a pasar la noche.

Al salir, se decidió que buena parte de lo recaudado iría a los delegados del pueblo chiquitano, que no eran los que la estaban pasando mejor en ese momento, en tanto que las medicinas harían parte de un fondo común que se iría usando según se necesite. Esperábamos ver una especie de gran caos en el campamento. Cuando llegamos, nos quedamos un poco desconcertados por el orden y la tranquilidad que había en general. Casi todos simplemente descansaban, mientras un grupo improvisaba un partido de fútbol en un descampado. Pronto se acercaron algunos dirigentes a cargo de las diferentes comisiones, conversamos y les explicamos las decisiones que se habían tomado en la vigilia instalada en La Paz, respecto del destino de las cosas que llevábamos.<!–more–>

Llegó Don Juan. Con él descargamos rápido las medicinas y las separamos un poco, a un lado medicinas para los niños, a otro lado medicinas para el dolor, para las infecciones, para las diarreas. Cuando tocó encontrar al grupo que debía recibir la ropa, la cosa se hizo un poco más complicada. Cada grupo había definido un sitio para descansar, pero los chiquitanos no aparecían por ninguna parte. Salieron algunos a buscarles, sin éxito, luego salimos nosotros. Don Juan nos acompañó durante ese rato largo que tardamos en encontrar su campamento. Lo habían levantado cerca del río, detrás de unos árboles que involuntariamente los habían ocultado muy bien.

Caminaba lento Don Juan, cojeaba ligeramente y a veces me parecía que debía sostener uno de sus brazos. Días atrás había sido brutalmente golpeado por la policía durante la represión de chaparina, pero eso lo tuve que saber luego, gracias al relato de una amiga. Don Juan no se queja nunca, solo habla de los ratos que le hacían sonreír. Hablaba poco Don Juan.

No volví a conversar con él después de ese día. Lo vi fugazmente cuando la octava marcha llegó a La Paz, pero la enorme muchedumbre que los escoltó todo el camino, impidió que me acerque. Después de todo el tiempo que ha pasado, muchos de los rostros que conocí esos días se me han ido desvaneciendo, pero no el de Don Juan. Su rostro es el que esperarías que tenga un guerrero, de esos que seguramente solo podrás idealizar en novelas viejas. Esos rostros que ya no pertenecen a la mierda de mundo en el que vivimos.

Espero que no se haya ido triste Don Juan Yujo Teco. Como esas pocas personas que luchan más allá de las fuerzas de sus propios cuerpos, Don Juan debe estar orgulloso de haber puesto una buena semilla en los corazones de más de uno.

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